Buenos días!!! ALEHOP!!
Ayer releyendo el libro de la foto que comparto, y disfrutando de la paz que me transmite mi Mar Mediterráneo, sonrío, me di cuenta que hace días que estoy pensando en algo. Y ese algo no es como en otras ocasiones que os escribo, no es una reflexión que haya surgido observando cosas cotidianas que pasan a mi alrededor, sino que esta vez la reflexión ha sido mucho más personal. En este caso Malena observa a Malena.
Algunos de vosotros me habéis acompañado desde el inicio de mis años de cuidadora de mi madre con Alzheimer, cuando la soledad de un pasillo de hospital era mi escenario para escribiros. A otros os he ido conociendo y reconociendo en diferentes momentos, pero todos tenéis en común que me habéis hecho sentir muy bien acompañada.
Esa primera etapa que os hablaba, era cuando en los primeros días de diagnóstico del Alzheimer, sentía que la vida sacudía mi vida y tenía tanto miedo a no poder con "todo", que "todo" se me hacía un mundo. Cuando de pronto te das cuenta que el día debe tener más que 24 horas si o si, o al menos debes hacer las cosas que podrías hacer en 2 horas más pero sin que sea real esa suma. Cuando tu vida social de pronto se queda limitada a una bendita ventana mágica que me unía a vosotr@s.
Y justo en ese momento plaf, te das cuenta que lo que más deseas es sacar fuerzas de donde parecía que no las había, para poder acompañar a mi madre de la manera más bonita, de la manera que no se hiciera una cuesta para arriba ni para abajo, sino un paseo por la realidad que las dos vivíamos y compartíamos. Y lo conseguimos.
Todo empezó con tomar la decisión de reconocer mis emociones, reconocer que tenía miedo, que sentía tal vez cierta rabia o impotencia, porque lo que hubiera deseado es tener a mi madre sana, con esa lucidez que tanto admiraba, esa mejor amiga que me daba la mano y me decía tranquila todo va ir bien.
Pero cuando somos capaces de reconocer eso, es el momento de iniciar el proceso de saber gestionar nuestras emociones negativas y comprendemos que lo único que podemos hacer por nosotros mismos y por los demás que nos rodean, es buscar la forma de vivirlas no desde la resignación sino desde la comprensión. Empezar a coleccionar todos los pequeños, pero buenos y bonitos momentos que nos acompañan. Dar valor a aquello que nos había pasado desapercibido, o que simplemente se había difuminado por usarlo sin disfrutarlo. Empezar una rutina distinta pero no rutinaria, porque dejas que el día a día te sorprenda con un cumpleaños en ese bar de San Joan de Deu, en una alta hospitalaria de una paciente que viste llegar muy malita, en conocer a familiares que te cuentan su vida y la vives un poco con ellos, en saber que esa tarde aún le vas a poder pintar los labios a tu madre, coger la sillita de ruedas y pasear al lado del mar, ver como alza su cara al sol y a la brisa y sonríe, te sonríe. Convertir los domingos por la mañana en ese día de la misa de los domingos y la distinta paella de domingo. Hacer nuevos amigos, amigos que todavía hoy después de cuatro años de ausencia de mi madre, están ahí para recordarla con ese cariño que tanto agradezco. Y mil cositas tan pequeñas, pero tan bonitas que cabían agolpadas en ese día de 26 horas.
Pero hoy recuerdo muy especialmente algo que me dijo mi madre al principio de la enfermedad, cuando ella todavía tenía muchos momentos de esa lucidez de la que os hablaba, y en los que a veces la cogía desprevenida mirándome con ese agradecimiento que tuvo hasta el último momento. Me dijo algo así, cuando me vaya te voy a dejar la agenda llenita de cosas bonitas y buenas. Recuerdo que dije, mamá si yo estoy feliz pero feliz cuidándote, tú eres mi agenda de cosas bonitas y buenas. Y era cierto, fueron años en los que cuidándola me cuido a mi. Aprendí de sus miradas, silencios, guiños a la vida... de sus caricias físicas y emocionales... aprendí que la soledad no es estar solo, es sentirte solo, y que siempre puedes dejar de sentirte así si sabes buscar y encontrar a esas personas que incluso en la distancia saben hacerte compañía.
Pero lo cierto es que todo tiene principio y fin, y se fue, y lo cumplió. De pronto esas 26 horas, fueron 24, pero me parecieron 48, porque podía hacer 1000 cosas, trabajar en mi despacho al 100%, encontraba tiempo para quedar y desempolvar a mis estimadas amistades de toda la vida, la vida me presentó a otras nuevas que me descubrieron un mundo que todavía estaba por descubrir y que nunca ni imagine que pudiera darme tan buenos momentos....
Que quiero decir con todo esto? Que la vida da muchas vueltas, que no déjenos de tener esperanza en el mañana, porque mañana siempre es otro día, que la ilusión mueve montañas y que vale la pena motivarnos no solo por las cosas que tienen gratificación a corto plazo, sino por aquellas que no sabes cuando podrán llegar o ser. Recordemos que las emociones se contagian, y que es buena terapia, aprender a rodearse de personas positivas que nos ayudará a conseguir ver la parte bonita de la vida. Que todos tenemos etapas buenas, menos buenas y malas, pero que si observamos y miramos con ojos de niños, veremos puertas pendientes de abrir y sabremos cerrar esas ventanas por las que no entra el sol sino goteras y humedades.
Una vez más lo que más deseo al acercarme aquí, es agradeceros esa compañía en todas esas etapas, y deciros que lo valoro tanto... que no puedo dejar de deciros que recordéis que se os quiere un montón ❤️